sábado, 27 de agosto de 2016

Capítulo 2.1

PUEBLOS DE CAMPAÑA ACORRALADOS


Con menos disponibilidad de agua, menos pastos, mayores plagas y
menos trabajo, no hay pueblo de campaña que resista. Mientras los
gobiernos hacían la vista gorda, estas eran las consecuencias de la nueva
política forestal que estaban obligando a los ya escasos pobladores del
campo uruguayo a irse… ¿adónde?


Las reflexiones que siguen son el resultado de una recorrida en julio de
2004 por la región al sur y este del río Queguay en el departamento de
Paysandú. Hacia el sur se localiza uno de los focos más importantes y
dinámicos de la forestación en el Uruguay. Partimos del Km. 444, como se
llama a la estación del antiguo ferrocarril, situada a la altura del Km. 39 de
la Ruta 90, que une la capital del departamento con la ciudad de Guichón.

A escasos kilómetros de allí, siguiendo por la R-90, se encuentra el pueblo
de Piedras Coloradas, la autodenominada Capital de la Madera, como
reza en un cartel, y donde se realiza, todos los años, la Fiesta de la Madera.
Las modestísimas viviendas, entre las que se cuentan algunas carpas
improvisadas de un grupo recién llegado desde la frontera, incitan a
descubrir el verdadero significado de esos nombres.

Las Flores: le llaman Pueblo Seco

Parece obvio que una plantación forestal tan extendida –unas 40 mil
hectáreas en la zona–, creciendo a una velocidad de 1,65 metros cada seis
meses, tiene que requerir cantidades considerables de agua. Sin embargo,
desde esferas oficiales y desde el ámbito técnico de las empresas se lo
ignora o se minimiza y se le resta importancia.

Recorriendo la zona, lo obvio es contundente: la falta de agua para
consumo humano ya hizo desaparecer el antiguo poblado de Las Flores,
hoy conocido por Pueblo Seco, a 3 Km. de Piedras Coloradas. De las 40
familias que vivían del cultivo de sandía, cidra y maní, quedan en ese lugar
sólo las taperas y tres casas ocupadas.

Las plantaciones llegaron hasta 30 metros del lugar habitado, apenas
separado por el camino. El impacto comenzó a percibirse entre el segundo
y tercer año de iniciada la forestación de La Merced y Caja Bancaria. Los
pozos de hasta 22 metros se fueron secando y hoy existe un único pozo
con agua, de 55 metros de profundidad.

Durante un tiempo, la falta de agua en el pozo familiar se remedió
trayéndola de más lejos. Los niños aprovechaban la ida a caballo a la escuela
para volver cargados con dos bidones de agua. Pero al final se fueron
porque las cosechas no eran suficientes. Además del pozo seco, faltaba la
humedad del suelo para los cultivos.

Cuando se les plantea el problema del agua, los ingenieros de las empresas
forestales recomiendan perforar más abajo. El costo en la zona de
un pozo profundo, para llegar a 60 metros y conseguir cierto caudal, era de
unos 3.500 dólares, suma imposible para una familia modesta, que difícilmente
puede recurrir a un crédito bancario.

En la otra dirección, hacia el oeste de Piedras Coloradas, el arroyo San
Francisco está forestado en algunos trechos en ambas márgenes y casi
hasta la propia orilla. Desde cierta distancia se ve una delgada franja del
monte criollo original del arroyo, a la que sigue una plantación de sauces y
luego la mayor de eucaliptos detrás.

Según testimonios recogidos en la zona, del San Francisco a veces
sólo quedan unos pozos con agua, porque el cauce se seca. La parte superior
del arroyo está ocupada por la forestación y los vecinos aguas abajo no
reciben agua suficiente para el ganado. El caudal se recupera en parte con
las lluvias, pero sigue siendo menor.

¿Qué hacen los sauces, ya que no son procesados y aumentan la absorción
del agua? Todo indica que el plantío de sauces en ese lugar sólo
busca evitar el pago por área no forestada. De acuerdo con la legislación
vigente, toda el área forestada –y el sauce es una especie habilitada a tales
efectos– está exenta de impuestos.

En el arroyo Valdez, a unos 3 Km. de Piedras Coloradas, los vecinos
también registran una reducción clara del caudal. En Colonia Diecinueve
de Abril, los pozos de 20 a 25 metros ya no sirven, deben ser cada vez más
profundos. Los bañados de la zona han desaparecido; donde antes no se
podía pasar hoy es transitable.

Falta de pastos y campos de pastoreo

En la ruta desde Paysandú, al mismo tiempo que comienza a aproximarse
una muralla gigantesca formada por los montes de eucaliptos de la
forestación, llama la atención la cantidad de ganado pastando en el camino,
es decir, en la angosta franja de terreno que debe quedar entre la carretera
y el alambrado de los campos linderos.

A veces están atados o cuidados por sus dueños pero, para contener
muchos animales en una ruta de intenso tráfico como esa, ha llegado a
construirse, en varios trechos, un alambrado paralelo, común y a veces
electrificado, algo que obviamente contraviene todas las reglas de uso de la
vía pública y de seguridad en la carretera.

Este fenómeno no es una anécdota. Se sigue encontrando en todos los
caminos de la región, principales y secundarios, y es síntoma de la falta de
pastos y de tierra para el pastoreo. Las áreas de pastoreo se han reducido
por la enorme superficie ocupada por la forestación y por la misma razón
se ha reducido la producción de forrajes.

Hasta en la zona del Queguay Chico, alejada de las plantaciones de
árboles, se acusa el impacto de la forestación en la falta de tierras para el
pastoreo. “Antes, cuando venía una seca fuerte, siempre había campos
para llevar el ganado, pagando por supuesto. Hoy simplemente no tenemos
adónde ir”, comenta un estanciero del lugar.

Algunas forestaciones practican el silvopastoreo, o sea, permiten la
introducción de animales para pastar en la plantación, algo que conviene
obviamente a la empresa forestal pero que, para el dueño del ganado, es un
mero paliativo y, aparte de que lo debe pagar, le puede traer consecuencias
peligrosas y mucho más caras.

Mientras el ganado en la plantación consume el poco pasto que encuentra,
limpia el terreno, los caminos internos y la franja de 20 metros libres que
marca el fin del campo, llamada “cortafuego”. Las empresas forestales
cobran 0,50 a 0,70 dólares por hectárea por año por aceptar un
servicio que, si lo contrataran, no sería nada barato.

Que las forestadoras puedan cobrar en vez de pagar es indicativo de la
fuerte demanda de lugares para pastar. Pero sucede que, adicionalmente,
en el ambiente húmedo de las plantaciones se cría un hongo que puede ser
mortal para la vaca. A veces el animal se salva con una dosis de drogas,
pero muchas veces muere.

Algunos consideran que la responsabilidad es del ganadero, porque
dicen que la vaca come ese hongo por falta de sal y de calcio, que deberían
serle administrados antes de soltarla en la plantación. El hecho es que, de
una u otra forma, ya sea con el tratamiento previo o posterior a la ingesta
del hongo, el que paga más es el ganadero.

El fenómeno no es algo excepcional. Productores de la zona estiman
que la mortandad por el hongo ha llegado hasta un 20% del ganado introducido
en las plantaciones. Y esto por un simple paliativo que se reduce
con el tiempo, porque a medida que los árboles crecen dejan pasar menos
el sol y el pasto que puede crecer a su alrededor es menor.

Aumento (real y relativo) de las plagas

Al indagar si se registra un aumento o reducción de las plagas que han
afectado o puedan afectar la producción agrícola y ganadera de la región, el
jabalí concita la unanimidad de pareceres. Todos los vecinos de la forestación
coinciden en afirmar que este animal creció y amplió sus desplazamientos,
favorecido por estas condiciones.

Tradicionalmente, el jabalí se guarecía en el monte lindero de los ríos
y arroyos. En la actualidad, la plantación le da protección porque no hay
vigilancia con el fin de evitarlo. Y aparte de que se deje o no cazar allí –a
veces sí y a veces no–, la caza del jabalí no se practica por necesidad sino
por deporte, un deporte muy caro por cierto.

La forestación ofrece mayor guarida también a otros depredadores como
el zorro y el “mão pelada”. La perdiz y la martineta, que eran comunes en
estos campos hasta no hace mucho, prácticamente no se ven, porque son
una presa para el zorro. “Es lo primero que matan”, asevera un productor
de la Colonia de Arroyo Negro.

Los lugareños registran un aumento significativo de las palomas, que
habitan mucho en los montes de pinos y sobreviven a todo. No así de las
cotorras, que sólo anidan en eucaliptos grandes y viejos, generalmente
fuera de la forestación. Y tampoco de las serpientes, porque necesitan de la
luz solar para regular su temperatura.

Pero si el jabalí, el zorro y la paloma aumentaron su población en términos
reales, otras plagas para la producción como la cotorra han incrementado
a ojos vistas su impacto destructor, sencillamente porque los lugares
de alimento se han reducido. Se produce un aumento relativo de la
plaga y la destrucción por área cultivada es mayor.

Un productor cercano al arroyo San Francisco relata que los jabalíes le
mataron unas 50 ovejas. Otro productor de Arroyo Negro, un poblado al
sur de Piedras Coloradas, sobre el límite con el departamento de Río Negro,
explicó que dejó de cultivar maíz por las cotorras. La última vez que lo
hizo era sólo para atender el consumo familiar, pero las cotorras no dejaron
crecer las plantas, le comieron todas las flores.

Algunos acotan que también ha crecido el “jabalí de dos patas”, aludiendo
al aumento del robo humano de ganado. “Aparece gente de todos lados,
que no se conoce. Primero es una, luego son tres y después son cinco
ovejas por día. Cuando querés acordar no queda nada”, se lamenta un
estanciero de Cerro Chato, que lo atribuye también a la forestación.

Esto explica cómo el agricultor y ganadero del lugar puede llegar a sentirse
acorralado, rodeado amenazadoramente por la forestación. La cercanía de
la muralla de eucaliptos o pinos no es un hecho pacífico y complementario
de su actividad sino, por el contrario, es una fuente de problemas
que pueden trastocarle la vida completamente.

Cae la última promesa: el trabajo

Más allá de todos los trastornos que la gente del campo enfrenta con su
característico estoicismo, la última promesa que podía “salvar”, hasta cierto
punto, la decisión de ir adelante con la forestación era la de que traería
más y mejor trabajo. Pero la realidad y los testimonios que se recogen
son contundentes. No hay como negarlo.

“La forestación da menos trabajo que la estancia cimarrona”, concluye un
sanducero que, por su actividad, hace nueve años que recorre el interior del
departamento. Una estancia ganadera de 2.000 hectáreas emplea de 6 a 7
personas en forma permanente, mientras que la forestación atiende la
misma área con menos de la mitad.

El personal permanente de una plantación de miles de hectáreas es
ínfimo. La siembra, poda y corte se realizan con cuadrillas contratadas en
forma temporaria. Los jornales pueden ir de 100 a 250 pesos en el mejor de
los casos, con un promedio de 18 días trabajados por mes. Y otros factores
reducen aun más ese nivel de ingreso.

Uno de estos factores es el sistema de subcontratación. La empresa
forestal encarga el trabajo a otra empresa, que es la que contrata directamente
el personal. La empresa contratista debe competir con su propuesta
ante la forestadora, por lo que tiene que ofrecer el menor precio y eso se
logra bajando el salario del trabajador.

Por otra parte, algunas empresas están utilizando cosechadoras de árboles,
máquinas manejadas por una persona, en tres turnos de ocho horas,
que talan el árbol, pelan el tronco y lo cortan en trozos listos para el transporte,
a razón de una hectárea por día. Esta máquina sustituye el trabajo de
una cuadrilla de 40 a 50 personas.

Al hablar del trabajo en la zona, todos coinciden en hacer una distinción
entre las empresas nacionales, incluso grandes, como Caja Bancaria y
Caja Notarial, y las empresas extranjeras. Las nacionales brindan mayores
oportunidades de empleo, mientras que las extranjeras se caracterizan por
reducirlo al mínimo.

Pero si el trabajo debía ser base del bienestar, reflejado en el hábitat y
las condiciones de vida de la gente, el panorama dejado por la forestación
a su alrededor es desolador. Desde un pueblo abandonado por falta de
trabajo, como Celestino, y la declinación de otros, al propio aumento de
los problemas sociales en Piedras Coloradas.

Puesto como ejemplo del progreso en la zona, la “Capital de la Madera”
se parece más a esos pueblos que proliferan en América Latina, situados
por el azar en medio de una gran obra o explotación no decidida ni
manejada con su participación, como los que quedan cerca de una represa
o autopista en construcción o de una mina.


Muchas veces, como aquí, parte de la población original emigra y es
sustituida por otra, más transitoria o meramente de paso, que necesita el
trabajo tal como es ofrecido, sin estabilidad, sin regulaciones, sin pretensiones.
En estas condiciones, suelen crecer los problemas de pobreza y
abandono de la niñez e incluso de prostitución.

Nueva oleada de expansión forestal

La generación de un nuevo ciclo de despoblamiento de la campaña, a
partir de la forestación masiva, habría sido consecuencia, en primer lugar,
de la venta de grandes campos tradicionalmente dedicados a la ganadería
extensiva que arrastra, en forma inevitable, a los pequeños poblados y productores
menores que lindaban con aquellos.

Este proceso se combina con coyunturas de crisis de producción y
endeudamiento en la actividad agropecuaria, que facilitan la compra de las
tierras por capitales externos. Los lugareños recuerdan que las empresas
forestales ofrecían dos y tres veces más del valor por hectárea del que
podía ser pagado por un productor tradicional.

En el momento de la transacción, el vendedor ha hecho entonces un
“buen negocio”, que le ha permitido deshacerse de un campo que le daba
pérdidas o por el que estaba endeudado. El pequeño productor no tiene la
misma suerte, no puede sacar mucho dinero por su campo y empieza a
tener la presión de verse rodeado por la forestación.

Por último, los pequeños poblados entre los límites de esos campos,
constituidos por modestas familias que vivían del escaso empleo dado por
la agricultura y ganadería tradicionales y que incluso lograban satisfacer
necesidades básicas con el cultivo en una huerta no mayor de una cuadra,
son los que reciben el golpe mayor.

Nadie sabe exactamente en la zona adónde habrán ido los que vendieron
su campo y/o se fueron del lugar. Algunos dicen que están en Paysandú
o en Young, el poblado más cercano de cierta importancia, en el departamento
de Río Negro, porque Guichón, la segunda ciudad del departamento
de Paysandú, está en franco deterioro.

Este proceso no se detiene en donde está. Sobre todo en dirección al
sur, dentro del departamento de Río Negro e incluso en Soriano, las empresas
de forestación están desatando una nueva campaña de expansión,
muy probablemente alentadas por la inminente instalación en la zona de
dos plantas productoras de celulosa.

La presión es grande porque los precios que se ofrecen son considerados
muy buenos en la zona. En las últimas semanas, por ejemplo, cerca del
Arroyo Negro se ofrecieron 1.150 dólares por hectárea en campos que
serían aptos para la ganadería. Las ofertas ignoran el límite fijado por la ley
e incluyen tierras claramente productivas.

“No sé hasta cuánto va a seguir este asunto de la forestación, pienso
que ya deberían pararlo, con lo plantado alcanza y sobra”
, dice un reputado
cabañero. “Yo, ni qué hablar –agrega–, pero creo que la generación de
mis nietos sufrirá todo esto. Me han dicho que donde se hizo forestación
intensiva se han creado verdaderos desiertos”
.

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