domingo, 28 de agosto de 2016

Capítulo 2.2

CAMBIO DE CULTURA SIN AVISO PREVIO


La expansión de la actividad forestal en el campo uruguayo, alentada por
la ley forestal y por subvenciones sucesivas, desencadenó –sin aviso
previo– la sustitución acelerada de una cultura productiva por otra, en
donde se comenzó a percibir tardíamente la gravedad de los impactos
sociales y ambientales generados por este proceso.


En el departamento de Tacuarembó, con más de 100.000 hectáreas en
2004 adquiridas por la forestación, se calculaba que en los diez años precedentes
habían sido desplazadas del campo unas 8.000 personas, en base
a datos de los Juzgados de Paz. En forma paralela, se habían cerrado 12
escuelas rurales, a las que se sumarían cinco más en 2005.

Una de las zonas donde se registraba más claramente este cambio era
Rincón de Zamora, bordeado por el Río Tacuarembó, hacia su desembocadura
en el Río Negro, en donde se encontraban las tierras más apropiadas
del departamento para la cría de ganado y que, en la actualidad, están
totalmente cubiertas por monocultivos de árboles.

Los relatos de los lugareños coinciden en señalar que, a medida que
los eucaliptos de las plantaciones comenzaron a crecer, las aguas de los
pozos de unos 20 metros de profundidad empezaron a quedar rojas y no
se pudieron utilizar más. Cerro del Arbolito, poblado cercano, fue finalmente
abandonado por la falta de trabajo en la zona.

La “fiebre de la forestación” ha sido propicia también para el fraude.
Paso Alto vendía en Tacuarembó parcelas forestadas de 5 a 15 hectáreas a
pequeños inversores y les cobraba una cuota anual por cuidar y explotar
sus árboles. Aparentemente, dio quiebra y desapareció, dejando plantaciones
abandonadas y gran cantidad de personas estafadas.

En el departamento de Rivera, las forestadoras habían comprado
127.149 hectáreas, según el Censo Agropecuario de 2000, y los impactos
sociales y ambientales no tienen diferencias sustanciales con otras zonas
de gran concentración forestal. Operadores turísticos estiman que existen
hoy unos 82 cascos de estancia abandonados.

En este caso, la actividad forestal se concentra en el pueblo de
Tranqueras, de donde salen las cuadrillas hacia las plantaciones vecinas.
Sin embargo, luego de una primera fase de gran optimismo por la expectativa
de más y mejores empleos, Tranqueras ha entrado en un impasse pautado
por conflictos sindicales y otras incertidumbres.

En cuanto a la forestación como fuente de trabajo, la historia de menor
empleo, malas condiciones y mala paga se repite. En Rivera hay más de
100 juicios por falta de pago de los contratistas. En lugar de regularizarse,
las empresas proyectarían mecanizar al máximo la operación para reducir
aún más el empleo y eliminar los conflictos.

Los ganaderos que siguen en la zona se quejan, sin disonancias, del
aumento del zorro y el jabalí que ataca las majadas. Y cuando la plantación
es de pinos existe un peligro especial: las víboras de la cruz reposan en la
pinocha y caen encima del personal que está trabajando. Se registran varios
casos de picaduras en tronco y brazos.

Por último, pero no menos importante, en todos los lugares con grandes
plantaciones de árboles hemos escuchado la preocupación de los pobladores
por casos de cáncer fuera de lo común y la duda de si no será una
consecuencia de los productos químicos utilizados como plaguicidas o
fertilizantes en el proceso de la forestación.

No hay pruebas que permitan confirmar o desmentir esa hipótesis,
porque la población vecina a las plantaciones no dispone de la información
ni de los recursos para resolver el problema. Es una responsabilidad del
Estado estar informado y fiscalizar lo que está pasando y un deber de las
empresas suministrar las aclaraciones necesarias.

La magnitud de estos cambios en la estructura productiva del país ha
generado, en un corto lapso, cambios demográficos y ambientales notorios,
pero puede ser apenas el comienzo de modificaciones más serias si se
tiene en cuenta, por ejemplo, que debajo de esos campos forestados está
la zona de carga directa del Acuífero Guaraní.

Compartido por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, y una de las
mayores reservas de agua natural del mundo –sino la mayor–, el Acuífero
Guaraní es un recurso natural precioso que se encuentra bajo territorio
uruguayo y del cual recién se están iniciando estudios sistemáticos con
vistas a su preservación y su gestión sostenible.

Las autoridades uruguayas que impulsaron este proceso de forestación
–y del cual sólo hemos visto una cuarta parte: las tierras de aptitud
forestal definidas por la ley superan los 4 millones de hectáreas– no aquilataron
sus consecuencias. Los pocos políticos que hablan de “nueva cultura”
lo hacen como si fuera una panacea.

La declinación de Arroyo Negro


A la colonia agraria de Arroyo Negro, al sur del departamento de
Paysandú, en el límite con el departamento de Río Negro, llegó a mediados
de la década de 1920 un núcleo de emprendedoras familias de
inmigrantes valdenses, originarios de los valles del mismo nombre,
situados al noroeste de la península itálica.

En relativamente poco tiempo se registró un creciente florecimiento
económico y social de la zona, en donde la agricultura y la ganadería
tradicionales se vieron enriquecidas por la producción de derivados
lácteos, embutidos, dulces y vinos, que formaban parte de la cultura
productiva de los valdenses en su tierra natal.

En los años 70, el poblado contaba con 63 alumnos en la escuela
primaria y una intensa vida social, incluyendo la existencia de tres
equipos de fútbol y dos de voleibol, reconocidos éstos entre los mejores
de la liga sanducera. Hoy queda muy poco de ese auge, los alumnos
de la escuela se redujeron casi a la mitad y no hay equipos de
fútbol ni de voley.

Arroyo Negro no era ajeno a los impactos de la forestación en la zona,
que hicieron incluso que algunos valdenses vendieran sus campos. En
el centro del poblado, los locales de la comisaría y de una cooperativa
lechera están abandonados. De las veinte viviendas de MEVIR existentes
en el poblado, sólo ocho se encontraban ocupadas.

La plaga del jabalí


El jabalí se parece al cerdo, el cuerpo macizo y robusto, las patas fuertes
y cortas, al igual que el cuello y la cola, aunque ésta no se enrosca. La
cabeza grande se alarga hacia la jeta, que remata en un hocico plano.
En los machos adultos sobresalen dos grandes caninos inferiores que
se denominan colmillos o navajas. Su cuerpo aparece recubierto de fuertes
cerdas de color pardo oscuro, bajo las que asoma una capa de espesa
borra. El conjunto da una tonalidad oscura, casi negra, variando
según el individuo y la edad.

El animal se refugia en áreas boscosas o de matorral, se mantiene activo
desde el atardecer al amanecer y descansa durante el día. El macho
generalmente lleva vida solitaria, mientras que la hembra permanece con
las crías formando una piara, que puede reunir a varios grupos familiares.
El incremento de la población de jabalí ha sido asociado habitualmente
con el abandono del campo por la población rural y la reducción de
tierras de labor, que se transforman en áreas de monte sucio o
matorral. Al aumento contribuye la extraordinaria tasa reproductiva
del animal y la escasez de predadores naturales.

Introducido en Uruguay en 1928, el jabalí empezó a expandirse en 1960
y fue declarado plaga nacional el 15 de diciembre de 1982. La caza del
jabalí tuvo cierto desarrollo como deporte internacional, llegándose a
cobrar a los turistas mil dólares diarios por participar en una cacería,
sin contar los costos del traslado hasta el lugar, armas y municiones.

El aumento de la caza libre o deportiva sería insuficiente para
contener la proliferación del jabalí estimulada por la forestación. Por
otra parte, para prevenir el riesgo de incendios, las empresas
forestadoras no permiten la entrada de cazadores en sus plantaciones.

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